En tiempos de polarización y escepticismo, la figura del nuevo Papa León XIV ha despertado tanto esperanzas como recelos. No han faltado voces críticas ni tampoco gestos de acogida desde distintos sectores de la Iglesia. Uno de los primeros en pronunciarse fue el obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos, quien mostró una disposición abierta y esperanzada ante la elección del nuevo Pontífice. A preguntas del medio Galicia Ártabra, el obispo afirmaba:
«El perfil del nuevo Papa León XIV tiene una fuerza muy grande que sin duda nos ayudará y acompañará al mundo y a la Iglesia en este cambio de época que estamos viviendo.
Los que le conocen hablan de que es muy sencillo, que sabe escuchar. Su procedencia, su trabajo Pastoral, sus responsabilidades en la Orden y en los destinos pastorales nos hablan de que es un hombre de nuestro tiempo muy en la línea de los procesos iniciados por el Papa Francisco. Sus primeras palabras ya lo han indicado.
Os invito a rezar por él y a trabajar por la unidad y comunión en la Iglesia.»
Estas palabras reflejan una actitud profundamente evangélica: acoger, esperar, rezar y buscar la comunión. Frente al juicio inmediato o la sospecha, el obispo Cadiñanos ofrece una mirada de fe, apoyada en la confianza en el Espíritu Santo que guía a la Iglesia, incluso cuando sus caminos son difíciles de entender.
En contraste, otras opiniones más duras han surgido en medios y redes, señalando que el Papa León XIV, por ser estadounidense y blanco, es signo de una Iglesia supuestamente cómplice de estructuras opresoras. La crítica no escatima en paralelismos históricos, mencionando los pactos de silencio de la Iglesia con regímenes totalitarios del siglo XX: el nazismo, el fascismo, el franquismo. El mensaje es claro: la Iglesia siempre estuvo con los poderosos y con “los malos”.
Sin embargo, tal planteamiento peca de reduccionismo y generalización. La historia de la Iglesia es mucho más compleja, llena de contradicciones, sí, pero también de luces en medio de las sombras. Y sobre todo, llena de personas concretas, imperfectas y, sin embargo, llamadas por Dios a caminos de conversión.
Decir que “la Iglesia siempre estuvo con los malos” no solo ignora a miles de mártires, religiosos, laicos y líderes que dieron su vida por los pobres y perseguidos, sino que también presupone que no hay espacio para la transformación, ni para la gracia. Es, en el fondo, una visión que excluye la intervención de Dios en la historia.
Y sin embargo, si creemos en un Dios personal, un Dios vivo, no podemos descartar su capacidad de actuar en la vida de cualquier persona, incluso de un Papa cuya biografía o nacionalidad puedan despertar sospechas en algunos sectores.
La Biblia es rica en ejemplos de esta acción sorprendente de Dios. Uno de los casos más potentes es el de Saulo de Tarso, posteriormente conocido como san Pablo. Un perseguidor de cristianos, testigo de la muerte de san Esteban, que tras un encuentro con Cristo resucitado en el camino a Damasco se convirtió en el apóstol más influyente del cristianismo primitivo. Si Dios pudo transformar a Pablo, ¿no puede también inspirar y transformar el corazón de León XIV?
Creer en Dios es creer que nadie está fuera del alcance de su gracia. Rechazar de antemano esa posibilidad es no creer, realmente, en un Dios que salva. Es reducir la fe a un juicio humano, a una ideología, a una lógica puramente sociopolítica. Pero Dios no se deja encerrar en esos esquemas.
Por eso las palabras del obispo Cadiñanos son tan valiosas. Él no propone una confianza ciega o ingenua, sino una confianza activa: “recemos por él” y “trabajemos por la unidad”. No pide silencio ni pasividad, sino comunión y vigilancia desde la fe. La fe no es resignación ni adoctrinamiento; es apertura a la acción de Dios, también en lo que no entendemos o lo que aún nos causa inquietud.
Quienes critican al Papa León XIV desde una visión exclusivamente política tienen derecho a hacerlo. La historia enseña que el poder puede corromper, y que la Iglesia no es inmune a eso. Pero también enseña que el Evangelio puede arraigar en el corazón de líderes inesperados. La clave no está solo en juzgar el pasado ni en temer el futuro, sino en mirar el presente con una fe que ve más allá de las apariencias.
La Iglesia no es perfecta, y sus pastores tampoco. Pero si de algo sirve la elección de un nuevo Papa, es para recordarnos que no somos dueños del Espíritu Santo. Que Él sopla donde quiere, y que sus caminos a menudo desconciertan a los que creen tenerlo todo claro.
León XIV, como cualquier cristiano, tendrá que demostrar con sus gestos y palabras el Evangelio que proclama. Pero antes de rechazarlo por prejuicio o historia, quizás vale la pena hacer lo que propone el obispo Cadiñanos: rezar por él. Porque al final, creer que Dios puede actuar es creer que el futuro no está cerrado, y que la fe es siempre una posibilidad de cambio.