La urgencia olvidada: volver a Jesucristo en una Europa sin fe

La urgencia olvidada: volver a Jesucristo en una Europa sin fe

“Señor Jesucristo, resucitado de entre los muertos, no permitas que tu Iglesia camine sin Ti. Devuélvenos la mirada encendida de los primeros discípulos, el fuego del corazón que ardía en Emaús, la certeza humilde de que estás vivo entre nosotros. Sin Ti, nada tiene sentido. Conduce a tu Iglesia de nuevo a Ti.”

Esta debe ser, sin duda, la gran misión del próximo Papa. Pero no comenzará desde cero. El Papa Francisco ha sido, desde el primer momento, un pontífice profundamente cristocéntrico. Ha insistido una y otra vez en que el cristianismo no es una doctrina abstracta, ni un conjunto de normas, sino el encuentro con una Persona viva que transforma la existencia. Ha recordado con fuerza que Jesús debe estar en el centro de la Iglesia, de la pastoral, de la predicación, de la vida misma. Ha denunciado todo intento de reducir la fe a un moralismo o a una ideología.

Con su estilo directo, con sus gestos proféticos y con su magisterio centrado en la misericordia y la cercanía, Francisco ha intentado devolver a la Iglesia el rostro del Buen Pastor. Ha convocado a todos a una conversión pastoral, a una Iglesia en salida, a vivir la fe no como costumbre heredada, sino como relación viva y transformadora con el Señor resucitado.

Sin embargo, lo que está en juego hoy exige una profundización radical de esa misma misión. No bastará con mantener el rumbo: es necesario intensificar el anuncio explícito de Cristo vivo, su centralidad absoluta y su capacidad de dar sentido al corazón humano. Porque la gran herida de nuestro tiempo no es solo la crisis de estructuras, sino la pérdida de la fe en Jesucristo.

Se habla, con razón, de cambios estructurales. Reformas necesarias en el gobierno, en la participación, en el modo de relación con el mundo. Pero se corre el riesgo de olvidar lo esencial. ¿De qué sirve reconfigurar la Iglesia si los que la habitan —fieles y ministros— ya no viven desde la certeza del Resucitado? Una Iglesia sin fe no puede dar vida. Sin Cristo, todo esfuerzo eclesial se vuelve puro esfuerzo humano, sin alma ni fruto.

Europa es hoy el epicentro de esta crisis de fe. En tierras que fueron matriz del cristianismo, la llama del Evangelio se debilita peligrosamente. Iglesias vacías, vocaciones en caída libre, sacramentos abandonados, indiferencia generalizada. Lo más preocupante no son los números, sino la sensación de que Cristo ha dejado de ser relevante para la vida cotidiana de millones de personas.

Alemania es uno de los casos más emblemáticos. Tanto católicos como evangélicos se enfrentan a una situación de creciente desafección religiosa. Las respuestas estructurales se multiplican, pero falta con frecuencia la raíz: el encuentro con Cristo vivo, el corazón del cristianismo. Lo que necesita Europa —y toda la Iglesia— no es tanto una estrategia nueva como una fe renovada.

Por eso, el próximo Papa deberá ser, ante todo, un testigo del Resucitado. Alguien que arda de amor por Cristo y que sepa reavivar en la Iglesia el fuego de la fe verdadera. Su tarea no será simplemente administrar una transición, sino reavivar lo esencial: la fe viva, personal, comunitaria, profunda en Jesucristo. No una fórmula. No un recuerdo. Una Presencia real que da vida, consuela, sacude, transforma.

Y en este camino hacia lo esencial, la unidad de los cristianos no puede seguir siendo un asunto marginal. Divididos, el testimonio se debilita. En un mundo que duda de la fe, ver a los cristianos divididos multiplica el escepticismo. El ecumenismo no es un lujo teológico ni una cortesía diplomática. Es una necesidad evangélica. Es tiempo de caminar juntos, de orar juntos, de anunciar juntos. No por estrategia, sino por fidelidad al Evangelio.

Lo que nos une es inmensamente más profundo que lo que nos separa. La fe en Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado, es el fundamento común sobre el que debemos construir la misión compartida. En un mundo fragmentado, una Iglesia fragmentada pierde toda fuerza profética.

Nada de esto será posible sin un renovado acto de fe. No hay atajos. No hay reformas que puedan sustituir el encuentro personal con Cristo. El mundo ya no necesita palabras vacías ni estructuras sin alma. Necesita ver a hombres y mujeres transformados por el Resucitado, ardiendo de esperanza, transparentes de su presencia.

La gran reforma pendiente no es administrativa, sino espiritual. Solo una Iglesia de rodillas ante el Señor podrá hablar al corazón del mundo. Y eso empieza en lo más alto. El próximo Papa deberá ser un hombre de Dios, de oración, de fuego interior, capaz de encender de nuevo la llama de la fe en millones de corazones.

Sin fe, no hay Iglesia. Sin Cristo, no hay cristianismo. Y sin cristianismo, Europa perderá su alma. El momento es ahora. El clamor es urgente. Y la única respuesta verdadera vendrá de volver con todo el corazón a Jesucristo vivo.

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