Los apagones eléctricos, eventos que interrumpen abruptamente el suministro de energía, han sido históricamente percibidos como fallas técnicas o consecuencias de fenómenos naturales. Sin embargo, en los últimos años, su frecuencia, magnitud e impacto han despertado interrogantes más profundos. ¿Son simplemente errores del sistema, o hay sectores que se benefician directamente de estas interrupciones? ¿Podrían formar parte de estrategias más amplias relacionadas con la reorganización económica y social global, como lo sugiere el controvertido concepto del Gran Reinicio?
Ciertos sectores del mercado energético pueden verse beneficiados durante o después de una crisis eléctrica. Las compañías generadoras o distribuidoras de energía pueden usar los apagones como argumentos para justificar alzas de tarifas, solicitar subsidios estatales, o acelerar procesos de privatización bajo la premisa de ineficiencia pública. En contextos de alta demanda y poca oferta, los precios del kilovatio pueden dispararse, beneficiando a empresas con capacidad de almacenamiento o generación alternativa. En sistemas eléctricos privatizados, como en muchos países de América Latina, la infraestructura suele mantenerse bajo mínimos, maximizando ganancias en tiempos normales y exponiéndose a fallos ante picos de demanda. Paradójicamente, estos fallos terminan justificando nuevas inversiones… que suelen estar nuevamente en manos de los mismos actores privados.
En mercados como el de Estados Unidos o Europa, la electricidad se comercializa en bolsas energéticas. Durante apagones o eventos climáticos extremos, el precio del megavatio hora puede multiplicarse por diez o incluso más. Esto crea espacios para la especulación financiera, donde los fondos de inversión y traders energéticos obtienen ganancias millonarias. El caso de Texas en febrero de 2021 fue emblemático: el colapso del sistema eléctrico por una tormenta invernal permitió a algunas compañías vender energía a precios 70 veces superiores a los normales. A pesar del sufrimiento de millones de ciudadanos sin calefacción ni electricidad, algunas firmas reportaron récords de ganancias.
El Great Reset o Gran Reinicio es una iniciativa promovida por el Foro Económico Mundial desde 2020. Se presenta como un plan para reconstruir la economía mundial tras la pandemia, fomentando una transición hacia un modelo más sostenible, digital y justo. Aunque en principio suene positivo, críticos del Gran Reinicio argumentan que se trata de una reestructuración impuesta desde las élites globales, que puede aumentar el control corporativo sobre recursos esenciales, limitar libertades individuales y acentuar la desigualdad.
Un apagón no solo representa la ausencia de luz. Puede generar pánico, dependencia tecnológica, y una presión colectiva hacia nuevas soluciones “verdes” o digitales. En contextos de crisis energética, se abre la puerta a implementar cambios estructurales sin oposición social: medidores inteligentes, redes eléctricas centralizadas, control remoto del consumo, e incluso limitación de acceso en nombre del ahorro o la sostenibilidad. Algunos analistas ven los apagones no como simples fallos, sino como catalizadores funcionales para avanzar agendas tecnológicas o económicas a gran escala.
Los apagones afectan de forma desproporcionada a los sectores más vulnerables. Quienes no pueden acceder a generadores, paneles solares o servicios alternativos, quedan en completa dependencia de un sistema que, en ocasiones, responde más a intereses financieros que al bien común. La creciente electrificación de la vida cotidiana —desde el trabajo remoto hasta la movilidad— aumenta esta dependencia. A nivel geopolítico, las crisis energéticas pueden justificar inversiones extranjeras, tratados de dependencia o cambios legislativos que limitan la soberanía energética.
Algunos pensadores críticos han planteado que estas dinámicas no son meramente respuestas a problemas coyunturales, sino parte de una transformación más profunda del sistema económico global. Desde esta perspectiva, los apagones, las crisis energéticas y los discursos sobre sostenibilidad servirían como catalizadores de un tránsito desde el capitalismo clásico hacia un modelo más controlado y tecnocrático. El teólogo Xabier Pikaza ha reflexionado también sobre este cambio de época, señalando que el modelo capitalista está dando señales de agotamiento, y que las nuevas formas de organización económica —más centralizadas y reguladas a nivel global— podrían estar emergiendo no por consenso democrático, sino por necesidad sistémica. La narrativa del Gran Reinicio funcionaría entonces como marco ideológico para este reajuste de fondo, donde el poder de decisión se desplaza cada vez más desde las instituciones nacionales hacia organismos transnacionales y grandes corporaciones.
Los apagones eléctricos ya no pueden analizarse únicamente como fallas técnicas o accidentes aislados. En un contexto global de transición energética, digitalización forzada y reordenamiento económico, es legítimo preguntar quién gana cuando la mayoría pierde. Aunque no toda interrupción de la luz responde a una conspiración, el patrón de beneficios para ciertos sectores, la implementación de políticas de control energético, y el contexto ideológico del Gran Reinicio, sugieren que estas crisis pueden tener una utilidad estratégica.
Análisis económico final
Desde una perspectiva económica estructural, los apagones pueden ser entendidos como síntomas visibles de un sistema en fase de reconfiguración. El capitalismo tardío, caracterizado por financiarización, externalización de costos y concentración de poder en pocas corporaciones, ha alcanzado límites críticos en cuanto a sostenibilidad y legitimidad. Las infraestructuras energéticas deterioradas, la especulación con recursos esenciales y la creciente desigualdad energética son efectos no deseados —pero funcionales— del modelo actual. Ante esto, las élites económicas y tecnológicas no buscan tanto “corregir” el sistema como transformarlo en algo más eficiente en términos de control, automatización y previsibilidad.
La tendencia hacia una economía mundial digitalizada, guiada por algoritmos, inteligencia artificial y flujos de datos más que por producción física, necesita nuevas reglas. En ese sentido, las crisis energéticas se convierten en vehículos útiles para acelerar cambios regulatorios, implantar tecnologías de monitoreo y reconfigurar hábitos de consumo. No se trata de la destrucción del capitalismo, sino de su mutación en una versión post-industrial y post-democrática, centrada en la gobernanza algorítmica y la concentración digital de poder. Este modelo favorece a quienes controlan los sistemas de información y las redes eléctricas, es decir, a los nuevos oligopolios tecnológicos-energéticos.
Por tanto, el análisis económico de los apagones no debe limitarse a la eficiencia o ineficiencia técnica, sino a la lógica de acumulación y poder que los rodea. Si los apagones continúan siendo gestionados como oportunidades de negocio o palancas de transformación forzada, la energía dejará de ser un bien común y pasará a ser una herramienta de control económico y político. El desafío, entonces, no es solo técnico, sino político y ético: redefinir el modelo energético en función del bien colectivo, la resiliencia local y la justicia distributiva.