Francisco: Hasta en la muerte, testigo de humildad

Francisco: Hasta en la muerte, testigo de humildad

La imagen ha dado la vuelta al mundo: el Papa Francisco será sepultado con unos zapatos negros, gastados por el uso, los mismos que acompañaron sus pasos desde Buenos Aires hasta el Vaticano. No es un simple detalle de vestimenta; es, como señalan medios internacionales y creyentes, el último testimonio de un pontificado marcado por la sencillez, la cercanía y la opción preferencial por los pobres.

El diario italiano La Repubblica describe este gesto como «un último acto coherente con el estilo sobrio y humilde» que caracterizó cada palabra y cada acción de Jorge Mario Bergoglio, desde su primer saludo como Sucesor de Pedro. No hubo coronas doradas ni fastuosos tronos para Francisco. Hubo, en cambio, una constante predicación silenciosa: vivir el Evangelio sin adornos, en la transparencia de una vida sencilla, como la del carpintero de Nazaret.

Desde su primera aparición pública, Francisco ya dio señales de que su papado sería diferente. Mientras sus predecesores, fieles a una tradición rica en símbolos, vestían los clásicos zapatos rojos —representativos de la sangre derramada por Cristo y los mártires—, Francisco optó por los mocasines ortopédicos negros que llevaba desde su vida en Buenos Aires. Aquel sencillo calzado, tan cotidiano, reflejaba un corazón que deseaba caminar al ritmo de los más humildes.

Según el portal TAG24 by Unicusano, esta elección «representa una opción de vida, una declaración de principios». Francisco quiso ser, hasta el final, un «hombre entre los hombres». En una época marcada por la ostentación y el brillo superficial, eligió hablar con gestos que sólo los corazones atentos saben interpretar: la humildad, la sobriedad, la proximidad. Todo su ministerio fue una invitación a recordar que Jesús, nuestro Señor, «no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo» (Filipenses 2:6-7).

El Papa argentino, nacido en una familia de clase media, jamás olvidó sus raíces ni permitió que la pompa vaticana opacara su misión esencial: ser pastor de almas, no príncipe de palacios. Caminó en la tierra con los pies descalzos del espíritu, escuchando el clamor de los pobres, los marginados, los olvidados por los poderosos de este mundo. Como Jesús en su ministerio público, Francisco abrazó a los leprosos modernos: migrantes, encarcelados, enfermos, mujeres maltratadas, niños abandonados.

La elección de ser sepultado con unos zapatos desgastados no es, entonces, un capricho de última hora ni una anécdota pintoresca. Es la culminación de un testimonio de vida que atraviesa los años y los discursos, para decirnos hoy, como un eco del Evangelio: «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21).

Los zapatos rojos de los antiguos Papas, cargados de un significado teológico profundo —la pasión de Cristo, el amor extremo hasta la sangre derramada— no fueron despreciados por Francisco. Pero él eligió otro lenguaje, más cercano a su experiencia y misión: el lenguaje de la cotidianidad, de lo común, de lo que no brilla, pero sostiene la marcha. Con sus mocasines negros, quiso recordarnos que no son los ornamentos los que santifican al hombre, sino el amor vivido en lo pequeño, en lo escondido.

Hoy, al contemplar esta última imagen de Francisco, la Iglesia entera es llamada a una profunda reflexión. ¿Qué caminos estamos recorriendo? ¿Qué huellas estamos dejando? El Papa de los márgenes, el pastor que salió a buscar las ovejas heridas, nos deja un testamento de vida: caminen ligeros de equipaje, sin apegos, sin orgullo, sin miedo.

En un mundo que idolatra la apariencia y el poder, Francisco nos señala con su muerte —como lo hizo en vida— que el Reino de Dios es para los pobres de espíritu, para los que lloran, para los mansos, para los perseguidos por causa de la justicia (Mateo 5:3-10). Y que ser cristiano no es cuestión de títulos ni de ornamentos, sino de un corazón que ama como Cristo amó: hasta el extremo, hasta el cansancio, hasta el último paso.

En esos zapatos gastados caben los millones de pasos que Francisco dio por amor. Pasos que llevaron consuelo a los tristes, dignidad a los pobres, esperanza a los olvidados. Pasos que no buscaron aplausos, sino simplemente seguir el camino estrecho del Evangelio.

Hoy, en su descanso final, Francisco vuelve a enseñarnos, sin palabras, la lección más importante: «Sean santos porque yo, el Señor su Dios, soy santo» (Levítico 19:2). Y la santidad, como él nos mostró, se camina despacio, con los pies firmes en el barro del mundo y los ojos puestos en el Cielo.

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