Donde la Muerte Florece

Donde la Muerte Florece

Bajo el cielo de un abril tembloroso,
despierta la savia dormida en las ramas.
La primavera, en su canto gozoso,
desata la vida, derrite las llamas.
Un árbol solitario, de corteza agrietada,
se estira hacia el cielo en silenciosa oración.
En sus ramas florece una flor inesperada,
un brote pequeño, pero lleno de canción.

No es casual esta vida que tiembla en el aire,
ni la brisa que al soplar parece rezar;
algo en el viento murmura un antiguo donaire:
un alma que asciende, un llamado a soñar.

Francisco, pastor de tierras lejanas,
cerró sus ojos en la última oración.
La barca de Pedro, dejada en sus manos,
navega ahora con nueva dirección.
No hay muerte que apague la esencia vivida,
no hay noche tan honda que venza al amor.
Su paso en la tierra fue siembra rendida,
sus frutos maduran en torno al dolor.

Desde Roma resuenan campanas de duelo,
mas también en las plazas resplandece un clamor:
no es fin, sino vuelo hacia un cielo más bello,
es la cruz convertida en puro resplandor.

Los brotes del árbol se visten de gloria,
sus flores relatan en perfume su historia.
Cada pétalo nuevo es un acto de fe,
cada hoja que canta recuerda su porqué.

Porque abril no es abril sin un canto de vida,
ni la muerte es frontera para el que supo amar.
Francisco no ha muerto, su alma encendida
baila en la brisa, como un nuevo altar.

El campo suspira, los lirios despiertan,
los girasoles giran buscando su voz.
La tierra, en su luto, abre heridas que vierten
ríos de lágrimas, semillas de Dios.

Resurrección es más que un simple relato,
es ver en la flor la promesa cumplida.
Es saber que la muerte no tiene mandato
sobre quien entregó, gota a gota, su vida.

Bajo el árbol antiguo, un niño descansa,
en su mano recoge una flor singular.
La mira, la huele, sonríe y se lanza
a correr entre campos que empiezan a brotar.

La Pascua revive en un claro suspiro,
el alba se viste de un tenue coral.
Francisco ha partido, pero su retiro
es semilla invisible que no morirá.

Hoy el cielo se curva sobre el viejo jardín,
la primavera en su pulso repite: «Amén».
Un Papa descansa, su cuerpo sin fin,
su espíritu danza en la savia también.

Cada rama que late, cada flor que renace,
lleva el eco de un sueño, de una fe sin disfraz.
En abril no hay derrota: sólo un dulce enlace
entre la tierra que llora y el cielo que va.

Bajo el árbol florido, la vida persiste,
la muerte no puede su júbilo romper.
Francisco sonríe, en la aurora que insiste,
que la cruz no es final, sino nuevo nacer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *