¿Un papa asturiano? El cardenal Ángel Fernández Artime entra en las quinielas del próximo cónclave

¿Un papa asturiano? El cardenal Ángel Fernández Artime entra en las quinielas del próximo cónclave

El nombre del cardenal Ángel Fernández Artime, originario de Gozón (Asturias), empieza a resonar en el escenario internacional como posible sucesor de Francisco, pese a que él mismo ha intentado descartarse de toda especulación. Sin embargo, varios medios de comunicación de distintas partes del mundo ya lo incluyen en sus «quinielas» sobre el próximo cónclave.

Desde periódicos australianos hasta la radiotelevisión pública canadiense, el nombre de Artime ha sido mencionado como una de las posibles sorpresas. En el caso de la CBC canadiense, la periodista Megan Williams, corresponsal en Roma, lo ha colocado en una lista de solo nueve cardenales con opciones reales. A cada uno de ellos les otorga un perfil, y a Artime lo describe como “el outsider de la curia”, es decir, un forastero dentro del aparato vaticano.

Ese detalle, precisamente, es uno de los principales obstáculos que señalan los analistas: su limitada conexión con la curia romana. Pero no todo juega en su contra. Williams subraya que su papel como Rector Mayor de los Salesianos hasta el 25 de marzo lo posiciona como un líder con experiencia global y con capacidad para conectar con las bases de la Iglesia. La orden salesiana es una de las más grandes del mundo, con una fuerte presencia en América Latina y África, regiones donde el catolicismo continúa creciendo con fuerza.

Ángel Fernández Artime, de 65 años, fue nombrado cardenal el 30 de septiembre de 2023, en un gesto que ya entonces fue leído como una señal de atención del papa Francisco hacia figuras alejadas del poder tradicional vaticano. Su estilo pastoral, misionero, cercano a los jóvenes y volcado en las periferias, encarna bien esa “Iglesia en salida” que tanto ha predicado el actual pontífice.

A su favor también juega su idioma y cultura: su español nativo le permite una comunicación directa con buena parte del mundo católico. Sin embargo, la gran incógnita sigue siendo la misma: ¿estarán dispuestos los cardenales a elegir a un pontífice sin peso en los pasillos del Vaticano, en una época especialmente delicada para la Iglesia?

Por ahora, el simple hecho de que un asturiano figure en esas listas es ya un hito para la historia religiosa de España… y una posibilidad que, aunque remota, no deja de despertar cierta ilusión: ¿y si el próximo papa hablara con acento del Cantábrico?

Imaginemos por un momento que el improbable se convierte en realidad. Que tras horas de deliberaciones, el humo blanco sale por la chimenea de la Capilla Sixtina y un cardenal anuncia al mundo: Habemus Papam. Y que el nombre que pronuncia es el de Ángel Fernández Artime, que asume el pontificado bajo el nombre de Francisco II, en homenaje al papa que lo convirtió en cardenal y cuya visión desea continuar.

Sería la primera vez en la historia de la Iglesia que un papa sale de Asturias, y el primero también procedente de los Salesianos. Su elección supondría un fuerte mensaje simbólico: la Iglesia no se replega en sí misma, sino que se abre más aún al mundo, al trabajo misionero, a los jóvenes y a las periferias sociales y existenciales.

El nuevo papa llegaría sin el peso de las estructuras vaticanas tradicionales, pero con la legitimidad de una vida pastoral entregada y global, curtida en las realidades de América Latina, Asia y África. Su primer mensaje, probablemente cargado de referencias a Don Bosco, a la educación, a la juventud como esperanza de la Iglesia, marcaría un estilo humilde, cercano y profundamente humano.

En Gozón, las campanas repicarían como nunca. La imagen del niño que una vez jugó en la costa asturiana y que llegó a ser el pastor universal de la Iglesia recorrería el mundo como símbolo de que los caminos de Dios no entienden de geografía ni jerarquía. Un papa con olor a salitre, a escuela y a misión. Un papa salido del norte para hablarle al sur del alma del mundo.

Si Ángel Fernández Artime llegara a ser elegido papa, su pontificado podría marcar una nueva etapa de radical cercanía a los pobres. Desde el primer día, probablemente reforzaría la prioridad de la Iglesia por los descartados, los invisibles, los que no tienen voz ni lugar. Su formación salesiana, forjada en contacto directo con niños sin recursos, jóvenes en riesgo y comunidades olvidadas, lo impulsaría a llevar la atención del Vaticano hacia las fronteras sociales más crudas.

Imaginar su papado sería imaginar nuevas casas de acogida, una red ampliada de escuelas gratuitas, más misioneros en los márgenes del mundo y una diplomacia vaticana que actúe con firmeza ante la injusticia y la explotación. Sería un pontífice que hable no desde los salones del poder, sino desde los patios escolares, los albergues y las cárceles, y que reoriente el corazón de la Iglesia hacia un Evangelio encarnado en lo más humilde.

Más que reformas estructurales, apostaría por una revolución del testimonio: menos palacios y más presencia. Probablemente rehusaría ornamentos innecesarios y optaría por una vida sencilla, no como gesto simbólico, sino como forma de vida coherente con su historia. Con él, los pobres dejarían de ser objeto de caridad para convertirse en sujetos de la misión. No sería un papa para ellos: sería un papa con ellos.

Y en esa misión eclesial más profunda, uno de los pilares de su pontificado podría ser la apuesta por una Iglesia más sinodal. No simplemente como una estructura de reuniones o consultas, sino como un modo de ser Iglesia. Artime podría impulsar una espiritualidad de la escucha, donde todos —obispos, laicos, religiosas, jóvenes— caminen realmente juntos. Su experiencia como superior de una gran congregación religiosa le da las herramientas para promover una cultura del discernimiento colectivo, de corresponsabilidad, de participación efectiva.

No sería un papa que centralice, sino que delegue. Que convoque más que imponga. Que escuche antes de decidir. La sinodalidad, en su pontificado, podría dejar de ser una consigna teológica para convertirse en práctica cotidiana. Desde las parroquias hasta el mismo Vaticano, se respiraría un aire más horizontal, donde lo importante no sería el poder, sino el servicio.

Sería, en definitiva, un pastor que acompaña al pueblo de Dios caminando con él. Un pontificado con acento asturiano, corazón salesiano y alma sinodal.

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