Xabier Pikaza: El grito profético por una Iglesia de libertad y comunión

Xabier Pikaza: El grito profético por una Iglesia de libertad y comunión

Xabier Pikaza, teólogo valiente, libre e incómodo para los instalados, ha hablado con la claridad de los profetas cuando todo parece cubierto por el incienso de las formalidades. No habla desde la nostalgia ni desde la doctrina muerta, sino desde el corazón palpitante del Evangelio. Sus palabras no son diplomáticas, sino evangélicas. Y hoy, con la muerte del Papa que quiso sembrar una nueva forma de Iglesia, su voz suena aún más necesaria, más urgente, más dolorosa y luminosa a la vez.

El Papa ha muerto. Y con él, muchos sueñan que también muera la semilla que plantó. Pero esa semilla sigue viva. No ha brotado del todo, es cierto. La tierra está aún endurecida, los corazones cerrados, las estructuras resistiendo. Pero Pikaza nos advierte: los cuervos ya sobrevuelan el campo. Son los guardianes de la vieja cristiandad, los jerarcas que nunca aceptaron un Papa que hablara de misericordia antes que de doctrina, que priorizara el amor antes que la ley, que escuchara al pueblo antes que dictar desde el trono.

Porque el Papa Francisco no fue perfecto, pero sí profundamente evangélico. No cambió estructuras de un día para otro, pero puso en marcha un proceso que podría cambiarlo todo: la sinodalidad. Y eso es lo que muchos no perdonan. Que haya abierto el juego, que haya roto la verticalidad rígida, que haya querido que el Pueblo de Dios sea escuchado, no sólo dirigido. Pikaza lo dice sin adornos: sembró la semilla de una Iglesia sinodal. Y ahora que ha muerto, el riesgo es que esa semilla sea devorada por los cuervos del miedo, del poder, del dogma usado como arma.

Pero ¿qué es esa Iglesia sinodal por la que Pikaza clama y el Papa murió sembrando? No es una Iglesia sin normas, sino una Iglesia donde la norma nace de la escucha, no de la imposición. No es una democracia eclesial al estilo mundano, sino una comunión real donde todos caminan, piensan, deciden y se santifican juntos. Es una Iglesia donde el obispo no es dueño, sino hermano mayor. Donde el Papa no reina desde arriba, sino anima desde el centro, con los demás, no por encima de los demás.

La Iglesia del siglo XXI que Pikaza sueña y defiende es una Iglesia de servicio, no de privilegio. Una Iglesia más parecida a una mesa compartida que a un tribunal inquisidor. Más cercana a la mujer del perfume que rompió su frasco por amor que a los fariseos que la miraban con desprecio. Más fiel a los gestos de Jesús –lavando los pies, tocando leprosos, perdonando adúlteras– que a los cánones redactados siglos después para encerrar el fuego del Espíritu en urnas doradas.

Esa Iglesia no puede ya sostenerse en la figura de un Papa-monarca. El próximo cónclave se celebrará, sí, según los esquemas del pasado. Pero cada vez será más evidente que el futuro no está en elegir al más fuerte, al más conservador, al más diplomático. El futuro está en reconocer que el poder en la Iglesia no puede seguir funcionando como dominio, sino como don y servicio. Que las llaves del Reino que Jesús entregó a Pedro no eran para cerrar puertas, sino para abrir caminos. No eran para blindar doctrinas, sino para liberar corazones.

La muerte del Papa ha desatado las fuerzas que estaban agazapadas. Muchos de los que nunca aceptaron su proyecto ya se mueven para sepultar su legado. No lo harán de forma abierta, sino con discursos suaves, apelando a la unidad, a la tradición, a la prudencia. Pero detrás de esa fachada hay un deseo de restauración, de volver al control, a la obediencia ciega, al clericalismo como modo de vida. Son los cuervos de los que hablaba Pikaza. Son los mismos que han matado profetas, que han callado voces, que han domesticado la fe.

Y sin embargo, la semilla está ahí. El Evangelio no puede ser desenterrado. Aunque muchos lo intenten, hay comunidades vivas, creyentes despiertos, mujeres y hombres que ya no quieren una Iglesia que hable sobre ellos, sino con ellos. Que no quieren obedecer sin entender, sino caminar en conciencia. Que no quieren jerarquías que se imponen, sino fraternidades que se sostienen.

Pikaza, con la lucidez de quien lleva décadas amando a la Iglesia desde sus heridas, nos deja esta advertencia y esta esperanza. Advertencia para los que creen que todo puede volver a “la normalidad” prefranciscana. Esperanza para los que saben que la Iglesia de Jesús no muere con un Papa, porque su fuerza está en el Espíritu y en el pueblo creyente que no se deja domesticar.

La pregunta ya no es si el cambio es posible. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a cuidar la semilla? ¿A defenderla del viento, del odio, del miedo? ¿A ser tierra fértil en medio de una institución que muchas veces ha sido piedra? La Iglesia será sinodal, libre, evangélica… o no será. La muerte del Papa no puede ser el final. Tiene que ser el comienzo.

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