Victorino Pérez Prieto y Christina Moreira: dos caminos irreconciliables en la Iglesia del “casi cambio”

Victorino Pérez Prieto y Christina Moreira: dos caminos irreconciliables en la Iglesia del “casi cambio”

Por José M. Andrade

En el mundo de los curas que desafían a la institución desde dentro, Victorino Pérez Prieto es un caso peculiar: sacerdote casado sin dispensa, sigue empeñado en mostrarse como un fiel defensor de una Iglesia que lo ha dejado al margen. Su último artículo en Religión Digital, escrito en gallego lusista, es un claro ejemplo de esa lucha constante en la que parece querer convencerse a sí mismo de que la reforma en la Iglesia sigue siendo posible, a pesar de los años de promesas rotas y reformas que nunca llegan. Pero, ¿por qué escribir en gallego lusista? Quizás lo haga porque cree que el uso de un gallego más «culto» y menos «local» le dará una especie de legitimidad académica, como si al adoptar un estilo que pretende ser más “elegante” o “sofisticado” pudiera convencer a alguien de que su ruptura con la Iglesia no fue tan definitiva, que aún sigue esperando una reconciliación con una institución que ya lo ha dejado fuera de forma oficial.

En su artículo, Victorino hace un balance de la figura de Papa Francisco, resalta los avances del pontificado, pero también señala las frustraciones. Habla de lo que se ha conseguido y de lo que queda por hacer, especialmente en cuanto a reformas estructurales. Y aquí está la clave: por mucho que insista en los avances, las reformas que él anhela, como la aceptación del celibato opcional o la ordenación de curas casados, nunca llegarán para él. Como cura casado sin dispensa, Victorino sigue esperando que la Iglesia lo acepte, a pesar de que su ruptura con Roma fue sellada el día que decidió casarse sin pedir permiso a la jerarquía eclesiástica. Su crítica sigue siendo una forma de autoconsuelo: un hombre que todavía cree que su lugar en la Iglesia puede ser recuperado, a pesar de la evidencia de que, al igual que la Iglesia lo rechazó por sus decisiones personales, también ha fracasado en lograr las reformas que defiende.

Por otro lado, Christina Moreira no pierde el tiempo en escribir artículos ni en hacer balances sobre el Papa. Ella ha pasado a la acción, no espera la aceptación de Roma ni de ningún otro estamento eclesiástico. Su postura es radicalmente diferente: ha sido ordenada fuera del sistema oficial, y actúa como presbítera sin esperar el reconocimiento de la jerarquía. Mientras Victorino parece seguir esperando que Roma lo acepte de nuevo, Christina ya ha dejado atrás esa espera, y se dedica a vivir la Iglesia tal como la entiende.

Mientras Victorino continúa en su lucha por cambiar una Iglesia que nunca lo aceptó plenamente, Christina vive una Iglesia que ya ha creado, sin esperar que las autoridades eclesiásticas le den permiso para hacerlo. Ella ya no habla de reformas, ella ya las ha vivido, y no necesita que Roma la valide ni la excomulgue. En lugar de escribir en gallego lusista con la esperanza de que un tono más «académico» le dé la validez que no recibe de la jerarquía, Christina simplemente actúa y consagra, sin pedir permiso a nadie.

Lo que los dos representan es claro: uno sigue esperando lo que nunca llegará, mientras el otro ya ha dejado de esperar y está construyendo lo que cree que es la verdadera Iglesia, sin esperar que nadie se lo otorgue. Y mientras Victorino sigue buscando justificación a través de sus palabras en un gallego que pretende ser más «universal», Christina camina sin pedir permiso, sin que nadie le valide sus pasos. Ella es la Iglesia que vendrá, mientras él parece seguir anhelando la que nunca existió para él.

Agradezco a José M. Andrade sus reflexiones y por el espacio de diálogo que abre con su escritura. Aunque sus posturas y las mías no coincidan, es innegable que nos invita a pensar sobre los caminos que la Iglesia, y los que la componen, eligen seguir.

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