Tú no naciste en mis calles,
ni jugaste de niño en mis plazas,
pero desde que llegaste,
el viento supo tu alma era ferrolana.
Cruzaste mi puerto con paso sereno,
mirada de mar, templanza en el pecho,
y desde aquel día de silencios sinceros,
hiciste de mi historia tu lecho.
No hablaste de méritos, ni de grandeza,
sólo hablaste de servir con honor,
y fue en tu hacer —sin ruido ni prisa—
donde Ferrol te entregó su amor.
Dijiste: “Ferrol es la Armada”,
y esas palabras calaron hondo,
porque no hay verdad más clara
que la que nace del gesto profundo.
Abriste las puertas del tiempo dormido,
dejaste que el pueblo cruzara umbrales,
y en cada rincón del viejo Arsenal,
pusiste al servicio tus manos leales.
Pero hoy, tu legado se viste de seda,
de fajín bordado y corazón sincero,
y la Dolorosa, al andar este viernes,
llevará en su talle tu honor marinero.
No es sólo un fajín, es un símbolo vivo,
es parte de ti en su andar procesional,
es la fe y el alma de un Almirante
que ha sabido marcharse sin irse jamás.
Ferrol —mi alma de sal y de historia—
te nombra hijo con gratitud profunda.
Porque hay linajes que no se heredan,
se ganan con vida, con alma fecunda.
Ignacio Frutos, Almirante del alma,
servidor sin alarde, señor de templanza,
te quedas en mí, como el eco en la costa,
como el faro que guía, aún en la distancia.
Y cuando la Virgen recorra mis calles,
envuelta en incienso, silencio y amor,
llevará en su fajín no sólo tu rango,
llevará para siempre tu corazón.