Imagina que el Estado te dice: “Prepárate para estar solo durante 72 horas. Sin agua, sin luz, sin ayuda”. Lo presenta como una estrategia de resiliencia ante catástrofes naturales, pandemias o ciberataques. Pero detrás de esa aparente lógica de prevención se esconde un giro ideológico más profundo: la normalización del miedo, el abandono estatal y la militarización de Europa.
La Comisión Europea ha lanzado una nueva hoja de ruta en materia de “preparación ciudadana” que recuerda más a un manual de supervivencia que a una política pública. Se trata de una recomendación que cada hogar europeo tenga lo necesario para aguantar tres días sin apoyo externo. La justificación es amplia y ambigua: agresiones, crisis sanitarias, fenómenos extremos, apagones. Todo entra en la misma bolsa. ¿Y si esa bolsa también incluye la guerra?
Esta lógica no es nueva. Países como Suecia, Noruega o Finlandia —algunos de los más alineados con la OTAN— llevan años entregando folletos a su población sobre qué hacer en caso de bombardeo. Lo inquietante es que esa narrativa del “prepárate para lo peor” se expanda ahora a toda la UE, incluidas naciones como España, donde no existe una amenaza directa de conflicto armado, pero sí una creciente presión para aumentar el gasto militar.
En paralelo a estas campañas, los presupuestos de defensa se disparan. Alemania ha rebasado por primera vez el 2% de su PIB en gasto militar, alcanzando los 85.000 millones de euros. España sigue esa senda, destinando cada año más recursos a Defensa en nombre de una “seguridad” que nunca se define del todo. Porque, ¿seguridad para quién? ¿Para las familias que deben comprarse una linterna solar y racionar agua embotellada por si los deja tirados el sistema?
Este nuevo enfoque convierte al ciudadano en prepper y al Estado en mero espectador. Es un salto del contrato social al “sálvese quien pueda”. No solo se diluye la responsabilidad pública de garantizar lo básico —agua, sanidad, energía—, sino que se culpa anticipadamente a quienes no logren sobrevivir. Si no seguiste las instrucciones, si no hiciste acopio, será tu culpa. La lógica neoliberal llevada al colapso: cada quien con su kit, mientras los gobiernos invierten en tanques.
Lo preocupante no es la prevención en sí —nadie niega que pueda haber incendios, terremotos o pandemias—, sino qué se prioriza y desde dónde se decide. ¿Invertimos en sistemas de salud fuertes, redes de apoyo mutuo, infraestructuras resilientes? ¿O blindamos fronteras y alimentamos el complejo militar en nombre de un futuro incierto?
Esta “pedagogía de la catástrofe” no es neutra. Siembra miedo para justificar el rearme y naturaliza el abandono institucional. Nos entrena para asumir que lo esencial puede fallar, que lo público no estará. Y sobre todo, nos prepara para no exigir nada cuando eso ocurra.