La Tercera Guerra: entre el rugido del dólar y el apocalipsis revelado

La Tercera Guerra: entre el rugido del dólar y el apocalipsis revelado

Lo que estamos presenciando no es solo una disputa comercial entre grandes potencias, ni una más de las tantas tensiones que ciclan en la economía mundial. Es el síntoma de un sistema que ha llegado a su límite estructural. Estados Unidos, bajo la narrativa populista de Trump, está intentando reinventarse como potencia desde una posición de retroceso, usando el conflicto como herramienta para reconfigurar alianzas, someter a sus socios y frenar el ascenso de nuevos polos de poder.

China, por su parte, responde no solo para defender su economía, sino para consolidar su papel como actor imprescindible del siglo XXI. El “dragón” ya no es silencioso ni diplomático: es firme, responde con precisión quirúrgica y proyecta estabilidad incluso en medio del caos. Entre ambos se despliega una guerra sin nombre oficial, pero con consecuencias tangibles en el día a día de las naciones, en la inflación, en el empleo, en los mercados, en la alimentación y en la vida cotidiana de millones de personas.

Lo que distingue este conflicto de otros momentos históricos es que no se libra en campos de batalla, sino en matrices financieras, algoritmos de comercio, tratados que se rompen y discursos cargados de un simbolismo violento. No es una guerra convencional, pero es guerra al fin. Los mercados reaccionan como cuerpos heridos; las monedas fluctúan como si fueran latidos en paro; las cadenas logísticas se rompen como venas bloqueadas de un sistema circulatorio global que ya no fluye con normalidad.

Todo esto ocurre en un mundo agotado por la pandemia, vulnerable por el cambio climático, y dividido ideológicamente como no lo estaba desde la Guerra Fría. A diferencia de los conflictos del siglo XX, esta “tercera guerra” no estallará con sirenas ni bombas, sino con sanciones, bloqueos de exportaciones, sabotajes tecnológicos, ataques cibernéticos y campañas de desinformación. Es una guerra en la que cada país pelea por su narrativa, por su lugar en la historia, por no ser absorbido por la fuerza centrífuga de una geopolítica que se ha vuelto impredecible.

Trump, en este escenario, no es solo un político provocador; es una figura que encarna el síntoma de un sistema imperial en decadencia que busca reafirmarse a cualquier precio. Su retórica no es simplemente populista: es escatológica, mesiánica, apuntando a una purificación por el conflicto. Y esa visión es peligrosa porque necesita del caos para tener sentido.

El “Acuerdo de Mar-a-Lago”, tal como lo describe Poszar, es una doctrina de imposición, de reposicionamiento brutal, donde Estados Unidos deja de ser el garante de un orden liberal global para convertirse en el actor que lo dinamita desde adentro. Pero ese intento de restaurar la supremacía americana a través del conflicto puede tener un efecto contrario: acelerar la transición hacia un mundo multipolar en el que Washington ya no será el centro, sino uno más entre varios.

Y en medio de esta pugna, Europa aparece dividida, América Latina fragmentada, África instrumentalizada y el sur global empujado a tomar partido.

No es casual que voces como las de Xabier Pikaza sean pertinentes en este momento. Porque lo que se despliega aquí no es solo una crisis económica: es una crisis de la civilización. Lo que se está desmoronando es una idea del mundo construida sobre la ilusión de crecimiento infinito, dominio unilateral y consumo ilimitado.

Pikaza entiende el Apocalipsis no como una profecía de destrucción inevitable, sino como la revelación de las estructuras de mentira que sostienen los imperios. Hoy, esa revelación está ocurriendo a escala planetaria. Y como todo apocalipsis, exige un juicio, pero también la posibilidad de una reconstrucción.

Es en la caída donde se mide la verdad de un sistema. Lo que vendrá después dependerá de nuestra capacidad colectiva para leer las señales de este tiempo, abandonar las falsas seguridades, y construir algo que no esté basado en la exclusión, el miedo y la codicia.

La tercera guerra mundial, si ya ha comenzado, será recordada no por la cantidad de muertos —al menos no en sus primeras fases—, sino por el número de certezas que se desplomaron. Es una guerra que redefine los conceptos de poder, soberanía, justicia y futuro.

Sin embargo, no podemos ignorar que vivimos en una era donde el potencial destructivo es absoluto. Nunca antes la humanidad había contado con tal capacidad para destruir el planeta entero, ya sea por la vía de armas nucleares, de sabotajes cibernéticos sobre infraestructuras críticas, o por un colapso ambiental acelerado inducido por guerras energéticas y económicas.

Esta guerra silenciosa, aunque en apariencia no tenga trincheras, porta el germen de un apocalipsis real. Porque en un mundo interconectado, basta un paso en falso, un algoritmo maliciosamente ejecutado, una escalada mal interpretada o una ruptura en la cadena de suministros esenciales, para desencadenar una reacción en cadena que afecte a millones de vidas. El hecho de que aún no haya estallado una guerra convencional total no debe tranquilizarnos: es precisamente esa tensión contenida la que hace de este momento uno de los más peligrosos en la historia humana.

En este contexto, el silencio de muchas élites, la indiferencia de buena parte de las democracias y la manipulación constante de la opinión pública son parte del problema. Porque esta no es solo una pugna entre potencias: es una lucha por el alma del mundo moderno.

El verdadero campo de batalla no es ni Beijing ni Washington, sino el interior de cada sociedad: su capacidad de resistir el miedo, de repensar sus modelos de vida, de recuperar el sentido de lo común.

Tal vez no podamos detener la tormenta. Pero sí podemos decidir qué haremos cuando amaine. Y ahí comienza la verdadera historia.

Y ahora, te invito a detenerte y pensar, no como espectador sino como actor de esta historia en curso:

—¿Crees que una guerra sin balas puede ser más devastadora que una convencional?
—¿Está tu país preparado para resistir un reordenamiento mundial sin quedar subordinado o arrasado?
—¿A quién beneficia realmente el miedo global y la sensación de inestabilidad permanente?
—¿Somos capaces de imaginar un mundo más justo, o solo reaccionamos cuando el sistema cruje?
—¿Qué parte de esta “apocalipsis” estamos ignorando voluntariamente?
—¿Estamos dispuestos a reconstruir sobre ruinas, o seguimos esperando que todo vuelva a la “normalidad”?
—Y sobre todo: ¿Qué estás haciendo tú hoy —desde tu voz, tu consumo, tu voto, tu conciencia— para no repetir la historia?

Este no es el final. Es solo el momento de mirar de frente lo que viene. Lo que el mundo necesita no es solo un nuevo acuerdo comercial. Necesita una nueva conciencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *