Santiago Abascal, líder de VOX, ha vuelto a hacer gala de su característico discurso inflamatorio, cargado de hipérbole y teorías de la conspiración, al acusar al PSOE de querer «deslegitimar la Corona» para convertir a Pedro Sánchez en «Su Majestad» y de ejecutar un supuesto plan para «atacar nuestra identidad». Estas afirmaciones, lejos de basarse en un análisis político serio, forman parte de la estrategia habitual de Abascal: victimismo, manipulación histórica y una retórica paranoica que solo busca agitar a sus bases y sembrar la discordia entre los ciudadanos.
El líder de VOX no solo retuerce la realidad hasta hacerla irreconocible, sino que construye un relato de supuesta persecución en el que la izquierda, los medios de comunicación, las instituciones democráticas e incluso la Iglesia se convierten en cómplices de una conjura destinada a destruir «lo que somos». Pero, ¿qué somos según Abascal? Según su discurso, España es un país monolítico, homogéneo y católico que está bajo ataque por fuerzas oscuras. Se trata de una visión reduccionista, totalmente alejada de la realidad de una España diversa, plural y moderna.
Uno de los aspectos más alarmantes del discurso de Abascal es su insistencia en que el Gobierno pretende «derribar cruces con dinamita». Esta afirmación no solo es falsa, sino que resulta profundamente irresponsable. No hay absolutamente ninguna prueba de semejante barbaridad, y sin embargo, el líder de VOX la difunde sin pudor, alimentando un clima de enfrentamiento y radicalización.
La realidad es que las decisiones sobre el Valle de los Caídos han seguido un proceso legal y administrativo en el que, además, ha intervenido la propia Iglesia. La exhumación de Franco, la retirada de simbología franquista y la resignificación del Valle no son ataques a la identidad de los españoles, sino medidas destinadas a garantizar una memoria histórica justa y respetuosa con las víctimas de la dictadura. Sin embargo, para Abascal y su partido, cualquier intento de reparar las heridas del pasado es presentado como una «persecución» a los valores tradicionales.
El victimismo es una de las herramientas favoritas de VOX. Sus dirigentes se presentan constantemente como los únicos defensores de una España imaginaria, amenazada por fuerzas progresistas que buscan destruirla. Pero la realidad es que lo que Abascal defiende no es España, sino una versión reaccionaria de la misma, una España en la que la diversidad y el progreso son enemigos a combatir.
El problema no es solo que Abascal mienta, sino que lo hace con una estrategia clara: movilizar a su electorado con un mensaje de miedo y odio. Su discurso está diseñado para reforzar la sensación de que una conspiración progresista quiere destruir España, el cristianismo y la monarquía. Pero no hay tal conspiración. Hay, en cambio, un proceso natural de transformación social, donde las instituciones y los ciudadanos avanzan hacia un país más justo y equitativo.
Uno de los fragmentos más peligrosos del discurso de Abascal es su referencia a un supuesto «proceso de islamización en España». Este es un clásico de la extrema derecha: una mentira repetida hasta la saciedad para infundir miedo. Utiliza como ejemplo el cierre de la Asamblea de Ceuta por el Ramadán y la celebración del fin de esta festividad en Bilbao, como si se tratase de una amenaza para la cultura española. Pero España es un país plural, donde la libertad religiosa está garantizada por la Constitución. Que una comunidad celebre sus festividades de forma pública no implica la «islamización» del país, sino el ejercicio de derechos fundamentales.
Lo irónico es que Abascal y VOX, que dicen defender la «libertad religiosa», solo parecen hacerlo cuando se trata del catolicismo. Cuando otras comunidades ejercen sus derechos, lo presentan como una amenaza. Esta hipocresía es una muestra clara de que su «defensa de la identidad» no es más que una excusa para el señalamiento y la exclusión de quienes no encajan en su visión ultraconservadora.
El discurso de Abascal no es solo una excentricidad de la derecha radical; es una amenaza real para la convivencia democrática. Alimenta el enfrentamiento social, demoniza a colectivos enteros y distorsiona la realidad hasta el punto de convertir la política en un circo de teorías conspirativas. El problema no es solo que sus afirmaciones sean falsas, sino que su repetición constante puede acabar calando en parte de la población. En tiempos de crisis y desinformación, los discursos extremistas encuentran terreno fértil para crecer. Es por eso que es crucial desmontarlos con datos, razonamiento y responsabilidad.
Santiago Abascal y su partido han demostrado una vez más que no están interesados en el debate político serio ni en la búsqueda de soluciones para los problemas reales de los ciudadanos. Prefieren sembrar el miedo, polarizar a la sociedad y buscar enemigos imaginarios. Pero España merece una política basada en la realidad, no en ficciones apocalípticas. La verdadera amenaza para la identidad española no es la diversidad, ni la memoria histórica, ni la pluralidad religiosa. La verdadera amenaza es la mentira convertida en estrategia política, la manipulación emocional al servicio del poder y el desprecio absoluto por la verdad.