Guillermo Juan Morado y la búsqueda de Dios

Guillermo Juan Morado y la búsqueda de Dios

El artículo del padre Guillermo Juan Morado en Infocatólica es una joya de profundidad teológica y humana, una reflexión luminosa que nos invita a explorar las fronteras de la fe y la duda con una mirada sincera y enriquecedora. Su escritura no solo ilumina la complejidad del espíritu humano, sino que también ofrece consuelo y guía a quienes buscan respuestas en un mundo marcado por la incertidumbre. Con una claridad admirable, el padre Morado entrelaza el pensamiento de grandes figuras de la teología y la filosofía con la realidad existencial de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, mostrando que la sed de Dios es un anhelo universal, presente incluso en aquellos que se definen como no creyentes.

En un mundo donde la duda y la incertidumbre parecen ganar terreno, la fe sigue siendo una llama que, aunque tenue en algunos, nunca se extingue por completo. El padre Guillermo Juan Morado ha reflexionado ampliamente sobre esta realidad, abordando la experiencia de quienes buscan a Dios incluso desde la incredulidad. Su análisis parte de la idea de que, más allá de las certezas o las negaciones, el ser humano posee una inclinación natural hacia lo divino.

Un claro ejemplo de esta inquietud lo encontramos en la obra La oración del no creyente del psiquiatra y escritor Vittorino Andreoli. Este libro no solo expone el anhelo de lo sagrado en una sociedad cada vez más secularizada, sino que también da voz a quienes, aun sin fe, sienten la necesidad de dirigirse a Dios. Para los católicos, la oración es el punto de encuentro entre la sed del hombre y la sed de Dios. San Agustín lo expresó con claridad: Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. En este sentido, Andreoli nos muestra que la oración puede nacer incluso en el corazón de quien duda, pues el deseo de trascendencia forma parte de la esencia humana.

Esta tensión entre creer y no creer también se encuentra en la literatura. Miguel de Unamuno, en San Manuel Bueno, mártir, retrató magistralmente la lucha interna de quienes oscilan entre la fe y la incertidumbre. Personajes como Manuel Bueno y Lázaro encarnan la paradoja de aquellos que, aunque parecen no creer, viven una búsqueda incesante de Dios. Y es que, como señala el padre Morado, la línea entre el creyente y el no creyente no siempre es clara. A veces, la duda habita en el corazón de quien cree, y la fe se filtra en la mente de quien se declara escéptico.

San Anselmo afirmaba que Dios es «lo más grande que puede ser pensado» y, al mismo tiempo, «más grande que todo lo que puede ser pensado». Esta idea refuerza la noción de que el ser humano, en su limitación, siempre estará en búsqueda de lo divino. Como dice Andreoli, la razón por sí sola no basta para sostener la esperanza. Hace falta un diálogo con Dios, un encuentro personal con Él. En esta oración del no creyente se revela la contradicción del alma humana: aunque la razón no logre captar a Dios en su totalidad, el corazón sigue deseándolo.

La reflexión del padre Guillermo Juan Morado nos invita a mirar más allá de las etiquetas y reconocer que, en cada ser humano, creyente o no, hay una inquietud espiritual que lo impulsa a buscar respuestas. La fe puede surgir en el lugar más inesperado, y la oración, incluso aquella que nace de la duda, puede ser el primer paso hacia el encuentro con Dios.

Mi madre, con la sencillez de la sabiduría cotidiana, suele decir: «Algo hay». Esta expresión, breve pero llena de profundidad, refleja el sentir de muchas personas que, sin definir su fe de manera formal, reconocen que existe algo superior, algo que trasciende nuestra comprensión. Pero la fe cristiana nos enseña que ese «algo» no es solo una energía impersonal o una vaga fuerza cósmica: es un Dios personal, un Padre que nos conoce, nos ama y nos busca incansablemente. El anhelo de lo divino que expresa Andreoli en su oración del no creyente no es una búsqueda en el vacío, sino el eco de una verdad profunda: Dios existe y quiere revelarse a cada uno de nosotros.

El padre Guillermo Juan Morado también nos recuerda que la fe no es estática, sino que es un proceso continuo de búsqueda y renovación. Incluso quienes se consideran firmes en su fe pueden experimentar momentos de duda y cuestionamiento. Esto no es una señal de debilidad, sino una oportunidad para profundizar en la relación con Dios. La fe no es la ausencia de preguntas, sino el deseo constante de encontrar respuestas en el misterio divino.

Por ello, la espiritualidad no puede reducirse a una serie de dogmas inamovibles. La historia de la Iglesia está llena de pensadores que, a través del cuestionamiento y la reflexión, han enriquecido la comprensión de la fe. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, exploró profundamente la relación entre la razón y la fe, demostrando que ambas pueden coexistir y complementarse. Del mismo modo, el padre Morado nos invita a ver la fe como un viaje en el que el creyente y el no creyente, aunque en caminos diferentes, comparten la misma búsqueda de sentido.

Vivimos en una época en la que la religión parece perder relevancia en la vida cotidiana. La tecnología, el materialismo y el escepticismo han hecho que muchas personas se alejen de la fe tradicional. Sin embargo, el deseo de lo trascendente sigue presente. Como bien señala Andreoli, la belleza y el orden del universo nos llevan a preguntarnos si realmente todo es producto del azar o si existe una inteligencia superior detrás de la creación.

El testimonio de científicos como Albert Einstein, quien hablaba del orden maravilloso del cosmos, refuerza la idea de que la razón no excluye la posibilidad de Dios. La ciencia y la fe, lejos de ser opuestas, pueden ser complementarias. El padre Morado nos recuerda que el ser humano, con toda su capacidad intelectual, sigue siendo un misterio para sí mismo. La frase inscrita en el templo de Apolo en Delfos, «Conócete a ti mismo», sigue siendo un desafío para la humanidad.

El padre Guillermo Juan Morado nos ofrece una perspectiva profunda sobre la fe y la búsqueda de Dios en un mundo marcado por la incertidumbre. Su reflexión, tan rica en matices y profundidad, nos lleva a reconocer que la espiritualidad no es exclusiva de los creyentes. Sus palabras son un faro en la oscuridad, guiando tanto a quienes dudan como a quienes creen con firmeza. En su análisis se percibe una sensibilidad única para abordar la condición humana, captando la esencia de la sed de Dios que habita en cada alma.

En este sentido, la oración del no creyente no es una contradicción, sino una manifestación más de la inagotable búsqueda de lo divino. La fe no es la ausencia de dudas, sino el acto de seguir buscando a Dios incluso en medio de la incertidumbre. Como diría San Agustín, «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

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