Cuando el Poder Silencia al Profeta: Monseñor Romero y la Traición de la Jerarquía Eclesiástica

Cuando el Poder Silencia al Profeta: Monseñor Romero y la Traición de la Jerarquía Eclesiástica

La historia de la Iglesia está marcada por figuras que, en su compromiso con el Evangelio, han desafiado las estructuras de poder establecidas. Monseñor Óscar Arnulfo Romero es un ejemplo paradigmático de cómo la fidelidad al mensaje de Cristo puede chocar frontalmente con los intereses y posturas de la jerarquía eclesiástica. Su lucha por los oprimidos y su denuncia de las injusticias no solo lo enfrentaron a las élites políticas de El Salvador, sino también a los altos mandos de la Iglesia, evidenciando una desconexión profunda entre la institución y los principios fundamentales del cristianismo.

El Desprecio de Roma El compromiso de Monseñor Romero con los más desfavorecidos y su denuncia de las violaciones de derechos humanos lo llevaron a buscar apoyo en el Vaticano. Sin embargo, lejos de encontrar respaldo, fue recibido con frialdad y desdén. Este rechazo por parte de la Curia Romana refleja una tendencia histórica de la jerarquía eclesiástica a marginar a aquellos que, desde dentro, cuestionan las estructuras de poder y abogan por una Iglesia más humilde y cercana al pueblo.

Romero no solo encontró indiferencia en el Vaticano, sino que fue acusado de politizar la fe y de desviarse del camino tradicional de la Iglesia. Mientras en El Salvador su vida estaba en constante peligro, en Roma se le pidió que moderara su discurso, que evitara confrontaciones y que mantuviera una postura más conciliadora. Pero su compromiso con la verdad y la justicia no le permitía retroceder. Sabía que su pueblo sufría y que su deber era ser su voz.

El Costo de la Profecía Monseñor Romero entendió que su ministerio implicaba un riesgo mortal. Cada homilía suya era un acto de resistencia, una denuncia valiente contra la opresión y la violencia. Sabía que estaba en la mira de los poderosos, tanto de los militares salvadoreños como de quienes, desde la sombra, veían con recelo su creciente influencia en la conciencia popular.

A lo largo de la historia, quienes han denunciado las injusticias desde la fe han sido perseguidos y silenciados. Romero no fue la excepción. La jerarquía eclesiástica, en vez de protegerlo y amplificar su mensaje, lo dejó solo, permitiendo que su asesinato fuera casi una consecuencia natural de su fidelidad al Evangelio.

El Contraste entre el Reino de Dios y la Institución Eclesiástica Jesús predicó un Reino basado en el amor, la justicia y la humildad. Sin embargo, la evolución histórica de la Iglesia muestra una tendencia hacia la acumulación de poder y riqueza, alejándose de los principios originales del cristianismo. Mientras Cristo se identificaba con los marginados y oprimidos, la jerarquía eclesiástica ha sido, en muchas ocasiones, cómplice de sistemas opresivos y ha reprimido voces disidentes dentro de su propia estructura.

La historia de la Iglesia está plagada de episodios en los que el poder clerical ha primado sobre la misión cristiana. Desde las Cruzadas hasta el silencio cómplice ante dictaduras en América Latina, el Vaticano ha mostrado en numerosas ocasiones su inclinación a mantener el statu quo antes que convertirse en un faro de cambio. El caso de Monseñor Romero no es único: otros profetas como él han sido ignorados, despreciados o incluso condenados por la misma institución que debería haberlos defendido.

Conclusión La historia de Monseñor Romero evidencia una tensión constante entre el mensaje liberador del Evangelio y las estructuras de poder de la Iglesia. Para ser fiel a su misión, la Iglesia debe escuchar y acoger las voces proféticas que, como la de Romero, claman por una institución más coherente con los valores de justicia, humildad y amor que predicó Jesucristo. Solo así podrá cerrar la brecha entre la jerarquía y el verdadero espíritu del Evangelio.

La Intervención del Papa Francisco Décadas después de su asesinato, el Papa Francisco rescató la memoria profética de Monseñor Romero, impulsando su canonización en 2018. Con este acto, la Iglesia reconoció su martirio y su compromiso con los pobres como una auténtica expresión del Evangelio. Francisco reivindicó su figura, presentándolo como un símbolo de la opción preferencial por los oprimidos.

Así, pues, Monseñor Romero fue declarado santo muchos años después de su muerte, en un intento tardío de la Iglesia de reivindicar su legado. Sin embargo, la pregunta sigue en el aire: ¿cuántos más serán silenciados antes de que la jerarquía deje de anteponer sus intereses al mensaje de Cristo? Mientras los jerarcas sigan aferrados al poder, la esencia del Evangelio seguirá en manos de aquellos que, como Romero, no temen hablar en nombre de los olvidados.

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