Bruselas nos advierte: debemos prepararnos para el colapso. Piden a los ciudadanos que acumulen alimentos, agua y medicinas para sobrevivir 72 horas sin ayuda. Pero mientras nos asustan con crisis futuras, siguen financiando la guerra.
En 1986, Felipe González nos vendió la entrada en la OTAN con el cinismo de un trilero político, disfrazando una traición a la soberanía nacional con una consulta democrática manipulada. Pero la historia ha dejado claro que fue un engaño monumental, una puñalada a la voluntad popular que hipotecó nuestra independencia militar para servir a los intereses de las grandes potencias. En lugar de asegurar la paz y la estabilidad, la adhesión de España a la Alianza Atlántica nos ató de pies y manos a una política belicista dictada desde Washington y Bruselas. Treinta y ocho años después, seguimos pagando las consecuencias de su desvergüenza, convertidos en peones de una estrategia bélica ajena, mientras la ciudadanía sufre recortes y precariedad.
Mientras la sanidad y la educación pública languidecen, mientras la cultura se deja morir por falta de presupuesto, los gobiernos españoles de todos los colores han seguido aumentando el gasto en defensa para contentar a los amos del norte. Aznar lo inició con su servilismo a Bush en la guerra de Irak, y hoy, desde la tribuna de FAES, exige que Pedro Sánchez dé un paso más y destine aún más millones a la maquinaria de guerra. Y no olvidemos a los que se hacen llamar socialistas: el propio Pedro Sánchez ha aceptado sin rechistar la exigencia de la OTAN de elevar el gasto militar hasta el 2% del PIB. Es decir, más tanques, más aviones de combate, más dinero para las grandes corporaciones armamentísticas, y menos para hospitales, colegios y cultura.
Lo más indignante es que, en este festín de la guerra, ciertos sectores de la Iglesia católica han decidido tomar partido. Algunos obispos alzan la voz contra el aborto y la eutanasia, pero callan cómplices ante el despilfarro militar. No denuncian la miseria creciente, las colas del hambre, la explotación laboral ni las guerras que alimentan la destrucción de países enteros. Prefieren enarbolar la bandera de la moral ultraconservadora, pero guardan un silencio atronador ante la expansión del complejo militar-industrial.
El caso de obispos como Jesús Sanz es especialmente revelador. Desde sus cómodas poltronas eclesiásticas, llaman a votar a la extrema derecha, a quienes desprecian a los pobres, niegan la violencia machista y aplauden el endurecimiento de las leyes contra los inmigrantes. Son los mismos que se rasgan las vestiduras por la «decadencia moral» de la sociedad, pero no dicen ni una palabra cuando se gastan miles de millones en armamento mientras las familias no pueden llegar a fin de mes. Su fe está al servicio del poder, no del evangelio. No predican la paz ni la justicia, solo perpetúan un sistema de desigualdad donde ellos siguen teniendo privilegios y poder.
Bruselas, mientras tanto, nos prepara para un escenario distópico: pide a los ciudadanos que acumulen reservas para sobrevivir 72 horas sin asistencia en caso de crisis. Nos advierten de posibles guerras, pandemias y colapsos energéticos, pero no hacen nada para evitar que el dinero de nuestros impuestos se siga desviando a la compra de misiles en lugar de reforzar los sistemas públicos que podrían garantizar nuestra seguridad real.
Europa ya no puede confiar en Estados Unidos, nos dicen. Pero en lugar de apostar por la diplomacia y la paz, el camino que proponen es el rearme, como si prepararse para la guerra fuera la solución a la inseguridad global. ¡Nos quieren asustados, sumisos, listos para aceptar que el futuro es una eterna preparación para el desastre!
La entrada en la OTAN no nos trajo paz ni estabilidad. Nos convirtió en cómplices de guerras ajenas y nos impuso una economía al servicio de la industria armamentística. Hoy, con un mundo al borde de un nuevo conflicto global, es más urgente que nunca preguntarnos: ¿cuándo se romperá este círculo vicioso? ¿Cuándo exigiremos que el dinero de nuestros impuestos sirva para construir un futuro mejor en lugar de destruir vidas en conflictos que no son nuestros?