Jacques Gaillot: El Profeta Apedreado por la Jerarquía Eclesiástica

Jacques Gaillot: El Profeta Apedreado por la Jerarquía Eclesiástica

Conocí a Jacques Gaillot en Santiago y desde el primer instante me impresionó su sencillez. Era un hombre de mirada limpia y sonrisa franca, sin atisbos de la arrogancia clerical que tantas veces se interpone entre el pastor y su pueblo. Hablaba con la misma naturalidad con la que un amigo se dirige a otro, con esa calidez humana que solo poseen aquellos que han decidido vivir el Evangelio en su esencia más pura: al lado de los pobres, de los marginados, de los olvidados.

Jacques Gaillot no fue un obispo común. Fue un profeta en su tiempo, y como a todo profeta, la jerarquía eclesiástica lo castigó. Su vida es un testimonio de cómo la Iglesia institucional, tantas veces aferrada al poder y a la tradición, no duda en «apedrear» a quienes osan recordar que el mensaje de Cristo no está hecho para palacios, sino para las periferias. Su biografía, relatada con agudeza y pasión por Lorenzo Tommaselli en distintas traducciones, nos permite entender la dimensión de su lucha y la incomodidad que generaba su mensaje en las altas esferas del Vaticano.

Gaillot fue obispo de Évreux desde 1982 hasta 1995, año en que fue destituido por el Vaticano. Su pecado: ser demasiado cristiano. Defendió a los inmigrantes sin papeles, se opuso al apartheid sudafricano, apoyó a los insumisos al servicio militar y no dudó en alzar la voz contra la hipocresía eclesiástica en temas como el celibato obligatorio o el derecho de las parejas homosexuales a ser reconocidas con dignidad. Sus posturas eran demasiado radicales para una Iglesia que prefiere las aguas mansas de la diplomacia a las turbulentas corrientes de la justicia social.

«Aquel que no tiene sitio en la Iglesia, es precisamente el que la Iglesia debe acoger», solía decir. Y lo vivía. En Santiago, lo vi caminar sin escolta ni pompa, como un peregrino más. Compartía la mesa con los humildes, escuchaba con atención y hablaba con la convicción de quien no teme las represalias, porque su brújula moral no dependía de cargos ni honores, sino de su fidelidad al Evangelio.

Su destitución fue un escándalo, pero también una confirmación: Jacques Gaillot era peligroso porque era auténtico. El Vaticano lo envió a la diócesis fantasma de Partenia, una sede episcopal inexistente en pleno desierto argelino. Creyeron que así lo silenciarían, pero el efecto fue el contrario. Partenia se convirtió en un símbolo, en un espacio de resistencia y de denuncia, en una Iglesia sin muros ni fronteras, virtual pero viva, una comunidad global de cristianos comprometidos con los derechos humanos y la justicia social.

Lorenzo Tommaselli ha sido uno de los biógrafos que mejor ha captado el espíritu de Gaillot en sus distintas traducciones. En sus textos, se percibe la coherencia de un hombre que nunca buscó la confrontación por la confrontación misma, sino que simplemente se negó a traicionar su conciencia. «Si la Iglesia no está con los excluidos, no está con Cristo», afirmaba con contundencia. Y ese fue el eje de su vida.

Este libro presenta el camino de vida de Mons. Jacques Gaillot (1935-2023), obispo de Évreux (Normandía), perseguido por los dirigentes del episcopado francés por su desacuerdo con la política del gobierno francés contra los inmigrantes y por compartir la vida de los excluidos y marginales, fue destituido de su sede episcopal en 1995 por Juan Pablo II y nombrado obispo de Partenia, diócesis desaparecida en el siglo V. En muchos aspectos Gaillot fue un precursor en la Iglesia y sigue siendo un punto de referencia para quienes quieren continuar: seguir al Hombre de Nazaret, vivir con coherencia su Evangelio de la liberación, condenar toda justificación de la guerra. Su muerte no interrumpió el homenaje internacional a su memoria, que se espera que viva siempre como una bendición para muchos, dentro y fuera de la Iglesia. Con una antología de escritos inéditos en italiano sobre el caso “Gaillot” y con un prefacio del p. Raffaele Nogaro (ex obispo de Caserta) y epílogo de Alex Zanotelli (comboniano).

Uno de sus libros más emblemáticos lleva por título Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada. En él, Gaillot refuerza su idea de que la Iglesia debe estar al servicio de los pobres y no del poder, pues solo así puede ser fiel a su misión evangélica.

A pesar de la incomprensión que sufrió durante años, Jacques Gaillot encontró en el papa Francisco un interlocutor abierto y sensible a su causa. En 2015, Francisco lo recibió en el Vaticano en un gesto que muchos interpretaron como un reconocimiento implícito a su labor. Durante aquella audiencia, el pontífice lo abrazó con afecto y le dijo: «La Iglesia es de todos, especialmente de los pobres». Gaillot, con su humildad característica, vio en ese encuentro una señal de esperanza, la confirmación de que su lucha no había sido en vano. Su testimonio y su compromiso con los excluidos no pasaron desapercibidos ni siquiera para el sucesor de Pedro, quien, como él, ha insistido en la necesidad de una Iglesia en salida, comprometida con los que sufren.

Su historia nos recuerda que los grandes cambios dentro de la Iglesia siempre han venido de aquellos que han sido perseguidos por ella. Desde Francisco de Asís hasta Oscar Romero, la institución eclesiástica ha tardado siglos en reconocer la santidad de aquellos a quienes primero persiguió. Jacques Gaillot, con su humildad y valentía, se inscribe en esta misma tradición profética. Y aunque los poderosos lo hayan relegado a las periferias, su voz sigue resonando con fuerza.

Porque la verdad nunca se silencia del todo. Porque los profetas apedreados son los que más cerca están de Dios.

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