La destitución de Santiago Cantera y el mirar hacia otro lado de Bernardito Auza cuando le conviene

La destitución de Santiago Cantera y el mirar hacia otro lado de Bernardito Auza cuando le conviene

El relevo de Santiago Cantera como prior de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos marca el fin de una era de desafío dentro de la Iglesia en España. Este cambio es una clara señal de que la obediencia y la disciplina eclesiástica no pueden ser puestas en cuestión cuando conviene a ciertos sectores. Sin embargo, esta misma severidad no se aplicó en otros casos igual de escandalosos dentro de la jerarquía eclesiástica. Y aquí es donde la figura del nuncio apostólico, Bernardito Auza, queda en evidencia por su actitud complaciente y silencio selectivo ante las injusticias cometidas por sus propios pares.

Santiago Cantera, con su resistencia obsesiva a la exhumación de Franco y su defensa numantina de un pasado ya caduco, demostró que su fidelidad no estaba tanto en la Iglesia como institución, sino en una ideología que la utilizaba para sus propios fines. Su salida era inevitable. La Iglesia no puede permitirse figuras que la arrastren a una guerra perdida contra el avance del tiempo. Pero si la destitución de Cantera responde a una necesaria restauración del orden, entonces, ¿por qué el nuncio apostólico no ha actuado con la misma contundencia en otros casos donde el abuso de poder eclesiástico ha sido evidente?

Uno de los ejemplos más vergonzosos de esta doble vara de medir es el caso del obispo de Cádiz, Rafael Zornoza, y la despiadada persecución que llevó a cabo contra el sacerdote Rafael Palomino. Durante años, Zornoza protagonizó una gestión marcada por el autoritarismo, la falta de transparencia y un claro desprecio por el bienestar de sus propios sacerdotes. Rafael Palomino fue una de sus víctimas más notorias. Se le privó de su ministerio injustamente, se le sometió a un trato degradante y se le dejó en una situación de absoluto desamparo, condenándolo a la ruina económica y personal. Y ante este atropello, ¿qué hizo Bernardito Auza? Nada. Miró hacia otro lado, permitiendo que un obispo tirano actuara impunemente.

Es escandaloso ver cómo el nuncio apostólico es capaz de intervenir con firmeza en el caso de Cantera pero se convierte en un espectador mudo cuando se trata de las injusticias dentro del clero. Esto no es obediencia a la Iglesia, esto es una estrategia política encubierta de disciplina. Si realmente la Iglesia quiere proyectar una imagen de renovación y justicia, debería empezar por limpiar su propia casa con la misma dureza con la que trata a aquellos que ya no le son útiles.

El caso de Rafael Palomino no es un hecho aislado. La gestión de Zornoza ha sido objeto de duras críticas durante años, con denuncias de maltrato a sacerdotes, un manejo turbio de los recursos diocesanos y una actitud despótica que ha dejado una diócesis fracturada. Sin embargo, el nuncio optó por el silencio, demostrando que su sentido de la justicia no es más que una farsa conveniente.

La Iglesia en España está en un momento crucial de su historia. No puede permitirse seguir arrastrando figuras que representan lo peor de su pasado, pero tampoco puede continuar con una jerarquía que solo actúa cuando le conviene. La destitución de Cantera era necesaria, pero si la Iglesia quiere recuperar su credibilidad, también debe exigir responsabilidades a quienes, como Zornoza, han abusado de su poder con total impunidad.

La obediencia en la Iglesia no puede ser selectiva. Si el nuncio quiere hablar de disciplina y sumisión a la voluntad de Roma, que lo haga en todos los casos, no solo cuando conviene a ciertos intereses políticos y eclesiásticos. La actitud complaciente ha sido durante demasiado tiempo un cáncer dentro de la institución, y si la Iglesia quiere sobrevivir en el siglo XXI, no puede permitirse seguir protegiendo a quienes manchan su nombre con injusticias flagrantes.

El daño que provocan estos personajes es irremediable. Destruyen la credibilidad de la Iglesia, alejan a los fieles y perpetúan una estructura corrupta que ahoga cualquier intento de renovación. La connivencia con el abuso de poder, el silencio cómplice ante la injusticia y la manipulación política de la fe han convertido a la jerarquía en un obstáculo para el propio mensaje de Cristo. Si la Iglesia quiere tener futuro, necesita deshacerse de estos lastres antes de que su propia decadencia la arrastre al abismo.

No se puede servir a dos señores, ni al Evangelio ni al poder terrenal, y quienes eligen lo segundo terminan traicionando la esencia misma de la fe. Como dijo Cristo: «Por sus frutos los conoceréis». La Iglesia no puede seguir permitiendo que su mensaje sea distorsionado por quienes actúan con despotismo y ambición personal. Es hora de que los que han hecho del poder su único dios sean apartados, antes de que su corrupción termine de destruir lo poco que queda de credibilidad. «No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre». La Iglesia debe decidir si quiere seguir protegiendo a los falsos pastores o si, de una vez por todas, quiere volver a ser la casa de la verdad y la justicia.

El tiempo de la tibieza ha terminado. “A los tibios los vomitaré de mi boca”, dijo el Señor. La Iglesia no necesita diplomáticos que callan ante la injusticia, sino verdaderos pastores dispuestos a defender la verdad con valentía. Cada día que pasan protegiendo a los poderosos y despreciando a los humildes es un paso más hacia su propia condena.

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