Desde su inauguración en 1959, el Valle de los Caídos ha sido un símbolo de las heridas abiertas por la dictadura franquista en España. Este monumento, concebido originalmente como un homenaje a los «caídos por Dios y por España», se ha convertido en un espacio de disputa política y religiosa. Mientras que sectores ultraconservadores, representados por el prior benedictino Santiago Cantera, defienden su carácter sacro y su vínculo con el legado franquista, teólogos de referencia mundial reclaman una reinterpretación del lugar bajo una mirada cristiana más inclusiva y democrática.
El conflicto en torno al Valle de los Caídos no es solo político o histórico, sino también teológico. Para Santiago Cantera y sectores tradicionalistas de la Iglesia católica, este enclave sigue siendo un símbolo de la victoria nacionalista en la Guerra Civil y de una España católica y unificada bajo el ideario franquista. Cantera ha sido una de las voces más firmes en la defensa de la permanencia de los restos de Francisco Franco en el monumento y en su rechazo a cualquier intento de resignificación del espacio. Su postura se inscribe en una visión integrista del catolicismo, donde la religión se entrelaza con una interpretación política reaccionaria.
Sin embargo, teólogos de referencia mundial ofrecen una lectura alternativa, basada en los principios del Evangelio y en la necesidad de construir una memoria reconciliadora. Expertos en cristianismo y pensamiento teológico sostienen que el Valle de los Caídos debería transformarse en un lugar de verdadera memoria y reflexión, donde se honre a todas las víctimas de la guerra sin distinción de bando. Para ellos, el mensaje cristiano no puede justificarse desde una perspectiva de vencedores y vencidos, sino desde la justicia y el amor al prójimo.
Estos teólogos denuncian la instrumentalización de la fe por parte de sectores ultraconservadores, que han usado la religión como una herramienta de legitimación del franquismo. En sus análisis, insisten en que la Iglesia debe asumir su responsabilidad histórica y abrirse a una revisión crítica de su papel en la dictadura. Desde su perspectiva, el Valle de los Caídos debería ser reformulado bajo valores más acordes con el Concilio Vaticano II, donde la Iglesia se concibe como promotora de la paz y la reconciliación, no como guardiana de una memoria excluyente.
El debate en torno a este monumento se ha intensificado en los últimos años con la exhumación de Franco en 2019 y la reciente propuesta de convertirlo en un espacio de memoria democrática. Mientras el Gobierno español ha impulsado medidas para resignificar el lugar y separar su significado de la apología franquista, sectores ultraconservadores dentro y fuera de la Iglesia han reaccionado con una fuerte resistencia. Santiago Cantera ha sido uno de los principales opositores a estos cambios, argumentando que el Valle debe seguir siendo un lugar de culto y oración, y no un objeto de transformación política.
No obstante, teólogos de referencia mundial insisten en que la Iglesia tiene el deber de alinearse con los valores evangélicos de justicia y verdad. Para ellos, la permanencia de símbolos franquistas en espacios de culto es incompatible con una fe que debe estar al servicio de los más vulnerables y no del poder político. En este sentido, proponen que la abadía benedictina del Valle sea reformulada como un espacio de diálogo interreligioso y reconciliación, donde se promueva el respeto a la dignidad de todas las víctimas del conflicto.
El enfrentamiento entre estas dos visiones no es solo una disputa sobre el pasado, sino también sobre el futuro de la Iglesia en España. Mientras que figuras como Cantera representan una corriente de resistencia a cualquier cambio que cuestione el legado franquista dentro del catolicismo español, teólogos de referencia mundial encarnan la necesidad de una Iglesia renovada, comprometida con la verdad histórica y la justicia social.
La resignificación del Valle de los Caídos sigue siendo un reto pendiente para la sociedad española. La cuestión no es únicamente qué hacer con el monumento, sino qué modelo de memoria y reconciliación se quiere construir. En este sentido, las voces teológicas progresistas aportan una perspectiva esencial: recordar desde el Evangelio implica reconocer el sufrimiento de todos, sanar heridas y apostar por un futuro donde la fe no sea un instrumento de exclusión, sino un puente para la paz y el entendimiento.