Bajo cielos rotos y mares hambrientos,
la tierra grita su ardiente verdad,
pero hay quien cierra los ojos al viento
y niega el fuego de la tempestad.
Dice que el hombre no rompe el suelo,
que el mar no sube, que el sol no arde,
que el hielo eterno no llora en duelo,
que el bosque intacto aún nos aguarde.
Alza banderas, convoca al miedo,
invoca un Dios que calla y no mira,
bendice el voto de su rebaño ciego
y en cada duda siembra mentira.
Mientras, el río se vuelve sombra,
los peces mueren sin confesar,
el aire enferma, la luz se esconde,
y el cielo llora su viejo altar.
¿Qué dios aprueba quemar la tierra?
¿Qué fe justifica la destrucción?
Cuando la casa se vuelve guerra,
¿será su credo la salvación?
Negar la brisa, negar la lluvia,
negar el trueno, negar el sol…
Es olvidarse que, tras la tumba,
no hay primavera para el carbón.
Arde el monte, arde el cielo,
llamas alzadas por ideologías,
no es el clima, ni su flagelo,
son embustes de nuevas herejías.
Grita la niña de trenzas tensas,
bailan sus fieles, claman sus coros,
con labios pálidos y almas densas
predican miedo entre sus foros.
Mas el incendio no es del verano,
ni del sol que al campo abraza,
es de discursos y su desgano,
es de la farsa que todo arrasa.
Nos hablan de mares en alza,
de hielos muertos, de fin del suelo,
cuando el único daño que avanza
son sus mentiras vestidas de duelo.
Un pueblo fuerte no se doblega,
ni besa el dogma del nuevo altar,
que no nos nublen con su estratega,
que no nos vendan su falso mal.
No es el verano quien todo quema,
ni es la brisa quien hiere el campo,
son las manos de aquellos que temen
un mundo libre, firme y en alto.
Es hora de alzar la voz sincera,
de devolver la fe a su hogar,
de darle al pueblo lo que espera:
un suelo firme, un verbo real.
Pero entre sombras de cruz y espada,
entre sermones y gestos fríos,
se alza un murmullo que en la plegaria
pide obediencia, temor y brío.
No quieren mares de piel ajena,
ni nuevos vientos, ni voces claras,
sino fronteras de piedra y rejas
y un sol que brille sólo en su casa.
Niegan el hielo, niegan la hoguera,
niegan el hambre, niegan el duelo,
niegan al pobre que desespera,
niegan el mundo fuera de su suelo.
Su verbo es dulce, su tono es manso,
pero en su canto crece la espina,
pues cada rezo y cada aplauso
es un ladrillo en su gran muralla.