Ceferino Fernández, el cura que abrió su puerta al amor en Asturias

Ceferino Fernández, el cura que abrió su puerta al amor en Asturias

La parroquia de Illas y toda Asturias lloran la pérdida de Ceferino Fernández, un sacerdote que dejó huella allá donde pasó. Nacido en 1938 en Fuejo, en el concejo de Grado, dedicó su vida a la fe, la caridad y el servicio a los demás. Fue párroco de Illas desde 2008 hasta 2022, un periodo en el que se ganó el cariño de sus feligreses y el reconocimiento del municipio, que lo nombró Hijo Adoptivo. Su funeral tendrá lugar el sábado a las 12 horas en la parroquia La Natividad de Nuestra Señora de Guillén Lafuerza, en Oviedo.

Sin embargo, su historia trascendió más allá del ámbito eclesiástico. Su vida dio un giro inesperado en 1981, cuando vivió un acontecimiento que marcó su destino y el de cuatro niños huérfanos. En aquel entonces, residía en Orcasitas, Madrid, cuando una tragedia sacudió su edificio: una madre de cuatro hijos pequeños falleció y, poco tiempo después, su esposo se quitó la vida. Los cuatro pequeños, de entre catorce y cuatro años, quedaron completamente solos en el mundo. Sin saber dónde acudir, llamaron a la puerta de su vecino, el cura Don Ceferino.

—»Pasad»—, les dijo tras un instante de parálisis. —»¿Cómo cerrar la puerta al amor que predico?»

En ese instante, Ceferino se convirtió en su padre. Sin experiencia en la paternidad más allá de su labor espiritual, recurrió a su anciana madre para que le ayudara a criarlos. Y así, entre fe y esfuerzo, logró adoptarlos y educarlos con amor y dedicación. Aquellos niños, Pablo, Carlos, Loli y Raúl, crecieron bajo su amparo y, con los años, lo convirtieron en abuelo y bisabuelo.

Su entrega a los demás fue reconocida en 2011, cuando el Centro Asturiano de Madrid le otorgó el título de «Asturiano Predilecto». Y su legado quedó grabado en la memoria de quienes lo conocieron. Entre ellos, el alcalde de Illas, Alberto Tirador, quien al conocer la noticia de su fallecimiento expresó con pesar:

Tuvo una vida de entrega a los demás y dejó un calado impresionante por donde pasó.

La historia de Ceferino es la de un sacerdote fuera de lo común, un hombre que encontró su verdadera vocación en el amor tangible y en la entrega absoluta. En esta línea, Asturias ha sido tierra de curas con corazones grandes, y entre ellos se encuentra otro hombre admirable: Alejandro Soler, párroco de Molleda. Yo le conozco, y puedo dar fe de su bondad, de su auténtica vocación y de su gran corazón. Es un sacerdote ejemplar, cercano, entregado, con una sensibilidad especial para entender y aliviar el sufrimiento de los demás. Su labor pastoral va mucho más allá de lo que se espera de un sacerdote, siempre dispuesto a ayudar, a escuchar y a tender la mano a quienes lo necesitan. Su fe es inquebrantable y su humanidad, inmensa.

Pero si algo destaca en Alejandro Soler es su gran entrega en las predicaciones, donde transmite con fervor su amor por el Señor. Cada una de sus homilías es un testimonio de su profunda devoción, de su conexión sincera con Dios y de su interés genuino por guiar a sus feligreses en el camino de la fe. Es un hombre noble, comprensivo y auténtico, que con su ejemplo inspira a quienes le escuchan y le siguen. Su misión va más allá de las palabras, pues con su actuar cotidiano refleja el amor de Cristo en su máxima expresión.

Los curas asturianos han sido testigos y protagonistas de historias de amor y servicio que sobrepasan lo eclesiástico. Alejandro Soler, con su humildad y compromiso, sigue esa senda de entrega, la misma que hizo de Ceferino un referente. Son sacerdotes que no solo predican la fe, sino que la viven en cada acción, en cada gesto, en cada momento de compasión.

Además, en Asturias también he tenido el honor de conocer a otro gran hombre de Dios, el misionero claretiano Juan Cabo Meana. Su vida ha estado marcada por su profunda entrega a la misión evangelizadora y su amor incansable por los más necesitados. Su labor como misionero le ha llevado a la selva de Perú, siempre con una palabra de aliento y un testimonio de vida basado en la caridad y la fe. Su generosidad no tuvo límites, y quienes han tenido la oportunidad de escuchar sus enseñanzas saben que su mensaje trasciende el tiempo y el espacio, dejando una huella imborrable en el corazón de los creyentes. ¡ Juan Cabo Meana es un ejemplo de entrega total al Señor y un reflejo del amor de Cristo en la tierra!

Ceferino Fernández se ha ido, pero su legado sigue vivo en sus hijos, en sus nietos, en cada feligrés que tuvo la suerte de conocerlo y en el ejemplo que dejó para sacerdotes como Alejandro y Juan, que continúan iluminando con su vocación el camino de quienes los rodean. En el corazón de Asturias, su historia quedará grabada para siempre como la de un hombre que abrió su puerta al amor y nunca la cerró.

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