“Ahora ya no entra en las sacristías ni en los salones parroquiales, pero sigue frecuentando la amistad y el consejo de aquellos amigos, de los sacerdotes que la acompañaron en el camino, a alguno de los cuales ha tenido como asesor en momentos difíciles, como es el caso del citado cura Manolo, abogado antes que cura y que ayudó a Montero a canalizar en la ayuda social y luego política el compromiso que nacía de su fe y, ya entonces, opción por los más necesitados.”
La historia de María Jesús Montero es un testimonio de cómo la fe y el compromiso social pueden entrelazarse en la juventud, pero también de cómo, con el tiempo, el activismo sin una experiencia viva de Dios puede perder su rumbo. En su caso, la militancia cristiana desembocó en una carrera política donde la dimensión trascendente parece haber quedado relegada. Su historia plantea una cuestión fundamental: ¿puede sostenerse la lucha por la justicia sin una fe que la fundamente?
El cristianismo no es solo una ética de la solidaridad ni una ideología política. Es, ante todo, el encuentro con una Persona: Cristo. La opción por los pobres, tan enfatizada en la teología progresista, solo cobra su verdadero sentido cuando es respuesta al Evangelio y no simplemente un programa de transformación social. Sin la dimensión trascendente, el compromiso cristiano puede transformarse en mero activismo, perdiendo su identidad y convirtiéndose en un proyecto humano que, tarde o temprano, puede agotarse o ser absorbido por estructuras de poder.
Montero reconoce que su acercamiento a la Iglesia se dio a través de un sacerdote comprometido con la justicia social. Sin embargo, con el paso del tiempo, su fe parece haber quedado en un segundo plano, mientras que su vocación política ha tomado protagonismo. Esto es un fenómeno recurrente en la historia contemporánea: líderes que comenzaron con una fuerte identidad cristiana terminan por distanciarse de su fe cuando la acción política y las exigencias del poder los absorben.
La fe cristiana no es solo un motor para el compromiso social; es el fundamento que da sentido y permanencia a esa lucha. Cuando el cristianismo se reduce a un simple humanismo solidario, corre el riesgo de perder su razón de ser y convertirse en una ideología más. El Evangelio no solo llama a ayudar a los necesitados, sino a hacerlo desde una experiencia de comunión con Dios. Sin esta dimensión trascendente, el activismo corre el peligro de volverse pragmático y utilitario, desarraigado de la verdadera esperanza cristiana.
Es significativo que Montero, aunque conserva amistades de su etapa juvenil en la Iglesia, ya no forme parte activa de comunidades de fe. Su testimonio invita a reflexionar sobre el peligro de un cristianismo que se diluye en la militancia sin una vida espiritual sólida. La justicia social sin Dios puede volverse una lucha sin horizonte, un esfuerzo que, sin la gracia, puede terminar agotado por el peso de las estructuras humanas. En cambio, cuando el compromiso social se nutre de la fe, tiene la capacidad de trascender el tiempo y las circunstancias, porque se enraíza en una verdad que no pasa.
Conclusión: Sin Dios, el compromiso se agota
La trayectoria de María Jesús Montero ilustra una realidad frecuente en la historia del cristianismo contemporáneo: el entusiasmo inicial por la justicia social, cuando no está sostenido por una experiencia viva de Dios, tiende a transformarse en un mero activismo político. La fe, cuando se vive auténticamente, no es solo un motor inicial para la acción, sino su fundamento permanente. Sin ella, la lucha por los más necesitados puede perder su sentido trascendente y terminar diluyéndose en ideologías pasajeras o pragmatismos políticos.
El Papa Francisco ha advertido reiteradamente sobre este peligro, especialmente en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, donde señala que el compromiso cristiano con los pobres no debe reducirse a un mero activismo sin una profunda relación con Cristo. “Sin momentos prolongados de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente nos superan; y nos agotamos y nuestro fervor se apaga” (Evangelii Gaudium, 262). En otras palabras, el compromiso cristiano no puede sostenerse solo con buenas intenciones o con una ideología solidaria; necesita ser alimentado por la gracia, la oración y la vida sacramental.
Además, Francisco advierte sobre el riesgo del activismo que se desconecta de la fe, convirtiéndose en un esfuerzo vacío: “Se cae en el activismo desenfrenado y en la ansiedad pastoral, olvidando que no somos nosotros quienes salvamos el mundo” (Evangelii Gaudium, 82). Esta es una advertencia pertinente para quienes, como Montero, han dado el paso del compromiso cristiano a la militancia política: cuando se pierde la conciencia de que la verdadera transformación viene de Dios, la acción humana se desgasta, se desorienta y, muchas veces, acaba traicionando sus propios principios iniciales.
En otro de sus escritos, el Papa subraya que la opción por los pobres no es un simple programa social, sino una exigencia del Evangelio que nace de la fe: “La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecérselo” (Evangelii Gaudium, 200). Este punto es clave: si bien es justo y necesario luchar por mejorar las condiciones materiales de los más desfavorecidos, reducir el cristianismo a un proyecto meramente social significa privar a los pobres de aquello que más necesitan: la esperanza que solo Dios puede dar.
María Jesús Montero, al igual que muchos otros que comenzaron su camino en comunidades cristianas comprometidas, parece haber transitado de la fe a una visión puramente política del compromiso social. Sin embargo, su testimonio deja abierta la pregunta de si, en el fondo, el activismo por sí solo puede sostener una vida plenamente realizada. Como nos recuerda el Papa Francisco, sin Dios, todo esfuerzo humano es limitado y, tarde o temprano, se desgasta. La verdadera transformación, tanto personal como social, solo es posible cuando se parte de una fe viva, que da sentido y horizonte a la lucha por la justicia.